La obra pictórica de Prado de Fata siempre parte de una intensa reflexión estética sobre la naturaleza, en la que aplica conceptos de reducción y abstracción, al estilo de los haikus en poesía. Así, el jardín japonés de inspiración zen ha sido uno de sus referentes temáticos, aplicando criterios de armonía cromática y de minimalismo formal. Un proceso caracterizado por la aplicación de la meditación como estado mental y del silencio como actitud reflexiva, y que busca aprovechar materiales íntimamente ligados a la tierra, casi sin elaborar, como el polvo de mármol, el carborundum, o los pigmentos.
Los kakemonos forman parte de un trabajo realizado sobre el silencio y la meditación. Su punto de partida es la meditación zen, la cual, para su práctica toma como referencia un punto para posar la mirada en él. Así las obras centran su atención visual y conceptual en un único punto. Es un proceso de depuración de lo accesorio, que desnuda la obra para que sirva de expresión al silencio interior, la serenidad y el sosiego.
El Sumi-e, es la Pintura del Silencio. La pintura es un arte elevado: no son la mano o la cabeza los que deben pintar, sino el espíritu del hombre. Todo este espacio vacío en la pintura, es el silencio que debe existir en nuestro interior. Por eso se llama Pintura del Silencio. Es el arte que nos permite una unión con la creación.El Sumi-e (pintura con tinta china) es una técnica utilizada por los monjes budistas zen. Se basa en la austeridad cromática (blanco y negro), la depuración técnica (los trazos se realizan con un solo gesto) y posee un componente espiritual (el zen).
Como en el resto de su obra, la iconografía y la temática oriental son la mayor influencia en las series de grabados realizados por Prado de Fata. En su búsqueda de la relación entre la naturaleza y la simplicidad, recurre a la inclusión de materiales como las pizarras o las piedras, que vinculan las técnicas clásicas de aguafuerte o aguatinta con lo puramente orgánico.
Sus grabados han sido seleccionados en numerosos concursos. Son una invitación a la reflexión y la pausa. Para ello, se decanta por la utilización básica del color negro, rudo pero sincero. El color negro es el color más esencial, encierra soledad y silencio; su simplicidad ayuda a despojar de la belleza todo lo ficticio. Como escribió Odilon Redon (1840-1916):
"El negro es el color más esencial… Hay que respetar al negro. Nada logra prostituirlo. No complace a los ojos y no despierta sensualidad alguna. Es agente del espíritu en medida muy superior al hermoso color de la paleta o del prisma."